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martes, 24 de febrero de 2009

“BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN ESPÍRITU: PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”

“BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN ESPÍRITU: PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS”

Aquí, desde el principio, hemos de tener en cuen­ta un hecho de gran importancia práctica en el estu­dio de la Biblia y es que está escrita en su lenguaje característico, es decir, con abundancia de giros y ex­presiones, y algunas veces palabras, que se emplean en un sentido muy diferente al que se les da actual­mente en la vida diaria. A esto tenemos que agregar el hecho de que el significado de muchos términos ha variado desde que se tradujeron.
En realidad, la Biblia es un texto de metafísica, un manual para el desarrollo del alma, y todas las cuestiones que en ella se tratan son consideradas sobre esa base. Nunca será demasiado el énfasis que se dé a este punto. Tal es la razón por la cual en la Biblia cada asunto se toma en su apreciación más amplia. Todas las cosas se consideran allí en su rela­ción con el alma humana, y muchas expresiones comunes se usan en un sentido mucho más profundo que el que suele dárseles corrientemente. Por ejem­plo, la palabra "pan", tal como se emplea en la Biblia, significa no solamente cualquier clase de ali­mento para el cuerpo físico, lo cual es la interpreta­ción literaria más comprensiva, sino todas las cosas que el ser humano requiere, tales como ropa, alber­gue, dinero, educación, amistades, etcétera, y, sobre todo, las cosas espirituales, como percepción, com­prensión y, en especial, realización espiritual. "Danos hoy el pan de cada día." "Yo soy el pan de la vida." "El que coma de este pan..."
Otro ejemplo es la palabra "prosperidad". En las Escrituras significa mucho más que la mera adquisi­ción de bienes materiales. Su verdadero significado es eficacia en la oración. Obtener respuesta a la ora­ción: he aquí, para el alma humana, la única prospe­ridad que vale la pena de ser buscada. Y si alcan­zamos tal respuesta es natural también que todas nuestras necesidades materiales sean igualmente satisfechas. Claro que ciertas cosas materiales son esenciales en este plano de la existencia, pero esta clase de riqueza es, en efecto, lo que menos impor­tancia tiene en la vida, y esto es lo que quiere decir la Biblia cuando da a la palabra "próspero" su senti­do verdadero.
Ser pobre en espíritu no significa bajo ningún concepto lo que hoy en día llamamos "pobreza espi­ritual". Ser pobre en espíritu significa haber renun­ciado a toda idea preconcebida para buscar a Dios de todo corazón. El que es pobre en espíritu está dis­puesto a dejar a un lado su actual modo de pensar, sus ideas y prejuicios, y hasta su presente manera de vivir si es necesario. En otras palabras, está dispues­to a echar por la borda todo aquello que pudiera representarle un obstáculo en su búsqueda de Dios.
Uno de los pasajes más conmovedores de toda la literatura es el que se refiere al hombre rico y joven, el cual pasó por alto una de las oportunidades más grandes que se le brindaron. He aquí la historia de la humanidad en general. Rechazamos la salvación que Jesús nos ofrece —es decir, nuestra oportunidad de encontrar a Dios— porque "tenemos grandes pose­siones". Esto no significa que seamos muy ricos en lo que a dinero se refiere —los ricos son realmente una minoría—. Nuestras grandes posesiones suelen ser de otra clase: opiniones preconcebidas, confianza en nuestro propio juicio y en las ideas con que esta­mos familiarizados, orgullo espiritual como producto de méritos académicos, predisposición sentimental o material hacia determinadas instituciones y organiza­ciones, hábitos de vida que nos duele abandonar, preo­cupación por el respeto de los demás, o quizá temor al ridículo, o un inusitado interés en los honores y distinciones del mundo. Y todas estas "posesiones" nos mantienen encadenados a la roca del suplicio que es nuestro exilio de Dios.
El hombre rico y joven es una de las figuras más trágicas de todos los tiempos, no porque fuera rico, ya que la riqueza no es de por sí ni buena ni mala, sino porque su corazón estaba esclavizado por aquel amor al dinero al cual se refiere San Pablo cuando lo relaciona con la raíz del mal o de la perversión. Aun cuando hubiera sido multimillonario en plata y en oro si no hubiese puesto su corazón en sus riquezas, habría podido entrar en el Reino de los Cielos tan fácilmente como el mendigo más pobre. Empero su confianza estaba en sus posesiones, y esto le cerró la puerta.
¿Por qué el clero de Jerusalén no recibió con re­gocijo el mensaje de Cristo? Porque tenían grandes posesiones, posesiones de erudición rabínica, de honor e importancia públicos, de cargos autorizados por ser ellos los maestros oficiales de la religión. Estas posesiones habrían tenido que ser sacrificadas para recibir la enseñanza espiritual de Jesús. La gente humilde e ignorante que oía complacida al Maestro era feliz, a pesar de no tener tales posesio­nes que les pudiesen tentar a abandonar la Verdad.
¿Por qué me que en los tiempos modernos, cuando el mismo sencillo mensaje de Cristo anunciando la inmanencia y acercamiento de Dios así como la Luz Interior que arde perennemente en el alma humana, apareció de nuevo en el mundo, fueron otra vez los sencillos e indoctos quienes lo recibieron de buena gana? ¿Por qué no fueron los obispos, los decanos, los ministros o los presbíteros quienes lo dieron al mundo? ¿Por qué no fue Oxford, o Cambridge, o Harvard, o Heidelberg el gran centro de difusión de éste, el más importante de todos los conocimientos? La respuesta vuelve a ser: porque tenían grandes po­sesiones; grandes posesiones de orgullo intelectual y espiritual; grandes posesiones de egoísmo y presun­ción; grandes posesiones de honores académicos y de prestigio social.
Los pobres en espíritu no sufren ninguno de estos impedimentos, bien porque no los han tenido nunca, o bien porque se han elevado hacia un plano superior, gracias al influjo de la comprensión espiritual. Se han liberado del amor al dinero y a los bienes terrenales, del temor al qué dirán y a la desaprobación de fami­liares o amigos. Ya ninguna autoridad humana, por elevada que sea, los intimida. Han abandonado toda necia confianza en la infalibilidad de sus propias opi­niones. Por fin han comprendido que sus creencias más queridas pueden haber estado equivocadas, y que acaso su modo de ver las cosas y sus ideas sobre ellas podrían ser falsas y requieren de modificación. Están listos para emprender otra vez la ruta de la vida, y comenzar de nuevo a aprender su significación.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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