Busca con Google

COMO PROTEGER TU CASA CON JESUCRISTO

domingo, 22 de febrero de 2009

EL SERMÓN DEL MONTE - CAPITULO VII (INTERPRETACION)

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los conoceréis. ¿Por ventura se recogen racimos de los espinos, o higos de los abrojos?
Todo árbol bueno da buenos frutos y todo árbol malo da frutos malos.
No puede árbol bueno dar malos frutos, ni árbol malo buenos frutos.
El árbol que no da buenos frutos es cortado y arrojado al fuego.
Por los frutos, pues, los conoceréis.
(Mateo VII, 15-20)


¿Hay un método infalible por el cual un hombre pueda averiguar la Verdad acerca de Dios, acerca de la vida, acerca de sí mismo? ¿Puede averiguar cuál es la religión verdadera, cuál es la iglesia genuina y cuál es falsa, y qué libros y qué maestros enseñan la Verdad? ¡Cuántos honrados buscadores, confusos y perplejos ante el alboroto de las teologías divergen­tes y las sectas rivales, han anhelado con todo el corazón poseer la piedra de toque de la Verdad!
¿Hay un cristiano sincero que no se esforzara en conformar su vida a las instrucciones de Jesucristo, si pudiese estar seguro de cuáles son? Toda clase de personas y toda clase de iglesias le dicen que sólo ellas representan la doctrina verdadera, y que es peli­groso pasar por alto sus doctrinas y sus disciplinas; y él percibe que estos grupos diversos no están de acuerdo entre sí sobre los puntos esenciales ni de teoría ni de práctica, y que cada grupo a su vez está lleno de inconsistencias ilógicas.
Si en realidad le faltase al hombre un método para discernir la Verdad, se encontraría en un lamen­table aprieto, pero afortunadamente, no es así. Jesús, el más profundo, y al mismo tiempo el más directo y más práctico de todos los maestros que el mundo haya conocido jamás, ha provisto lo necesario, dán­donos una prueba sencilla y universalmente aplica­ble. Es una prueba que cualquier persona puede apli­car, en cualquier parte; es tan decisiva como la reac­ción química que nos muestra enseguida si lo que tenemos en la mano es oro. Es esta sencilla pregun­ta: ¿da frutos?
Esta prueba es de una sencillez tan sorprendente que muchas personas listas la han pasado por alto, como si no valiese la pena tomarla en cuenta, olvi­dando que todas las cosas fundamentales de la vida son sencillas. Esta sigue siendo la prueba fundamen­tal de la verdad —¿da frutos?— porque la verdad siempre da frutos. La verdad siempre sana. Cuando se examina cuidadosamente una historia verdadera, resulta coherente; mientras que, cuando se analiza lo suficiente, la mentira más plausible se revela tal como es. La Verdad sana el cuerpo, purifica el alma, reforma al pecador, pone fin a las disensiones, y pacifica las luchas. De esto se desprende que, según Jesús, la enseñanza que es verdadera automáticamen­te se demostrará a sí misma en su aplicación prácti­ca. "...en mi nombre echarán los demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpien­tes, y si bebieren ponzoña, no les dañará; pondrán las manos sobre los enfermos, y éstos se encontrarán bien" (marcos 16, 17-18). Al contrario, la enseñan­za falsa, por atractivamente que se presente, sea el que fuere el prestigio social o académico que posea, no puede cumplir ninguna de estas cosas. Los que la proponen son los profetas falsos que vienen vestidos con piel de oveja. Aunque habitualmente son perfec­tamente sinceros en sus demandas y pretensiones, sin embargo se interponen entre el buscador y la Verdad salvadora, y son, por consiguiente, a pesar de sus buenas intenciones, lobos rapaces en el ámbito espi­ritual. Por sus frutos los conoceréis.
Así que comprendemos claramente que los felices resultados son la prueba, y la única prueba, de la comprensión verdadera ya no nos quedan más pre­textos para desviamos del Camino. Puede ser que nuestro progreso, por una razón u otra, sea compara­tivamente lento, pero por lo menos podremos seguir el buen Camino. Si salimos del Camino, lo sabremos siempre, porque los frutos malos nos advertirán. La mayoría de nosotros encontramos dificultades parti­culares en demostrar ciertas cosas, mientras que nos es relativamente fácil hacer nuestra demostración en otras. Esto es natural, y solamente quiere decir que hay que aplicarse con más tenacidad a las cosas que parecen las más difíciles. Sin embargo, si nuestros esfuerzos no van efectuando ningún cambio apreciable, es que hemos salido del Camino, y que no esta­mos haciendo oración en el modo correcto; debemos entonces inmediatamente volver al Camino, afirman­do que la Inteligencia Divina nos inspira, y que esta­mos expresando la Verdad. Ningún mal puede resul­tar de este procedimiento, aun cuando el período infructuoso parezca durar mucho tiempo; y durante esta prueba aprenderemos mucho. Pero, por otra parte, si seguimos el ejemplo del fariseo, y, en lugar de admitir francamente nuestro error, tratamos de justificamos, si practicamos el orgullo espiritual, nos irá mal. Si, como algunas personas extraviadas, deci­mos algo así: —"No demuestro nada"—; o tal vez, ;
si hablamos así, no sólo decimos disparates, sino que pretendemos blasfemar de la misma Sabiduría Divi­na; y éste es el pecado contra el Espíritu Santo.
No se buscan los resultados materiales como el fin último; solamente importa la búsqueda de la Ver­dad. Y porque la Ley decreta que, tan pronto como se dé un paso adelante en ese camino, sigue automá­ticamente, un mejoramiento de las condiciones exte­riores ese cambio mismo constituye la prueba tangi­ble de nuestro cambio interior "el signo externo y visible de la gracia espiritual interior". El mundo concreto es entonces como el indicador que nos per­mite saber lo que pasa dentro de una caldera. Por medio de las condiciones de nuestro mundo material podemos saber infaliblemente dónde estamos.
La razón verdadera para desear demostraciones es que son la prueba de que hemos logrado la compren­sión. No hay tal cosa como una comprensión espiri­tual que no sea demostrable en el plano material. Si queremos saber dónde estamos en el Camino de la Verdad, examinemos las condiciones exteriores en que nos encontramos, comenzando con el cuerpo mismo. No puede haber en el alma nada que, tarde o temprano, no se ponga de manifiesto en el mundo exterior, y no puede haber en el mundo exterior nada que no tenga su correspondencia en el interior.
Tanto si es una prueba para nuestra propia alma, como para un maestro, para un libro o una iglesia, esta prueba es siempre sencilla directa e infalible:
¿Es beneficioso? ¿Cuáles son sus frutos? Porque "por sus frutos los conoceréis."

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

No hay comentarios: