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COMO PROTEGER TU CASA CON JESUCRISTO

jueves, 19 de febrero de 2009

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY...

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA DÁNOSLE HOY...

Porque somos los hijos de un Padre que nos ama, podemos esperar de El todo lo que necesi­tamos. De manera natural y espontánea los niños esperan recibir de sus padres todo lo que les falta, y de igual manera debemos nosotros contar con Dios. Si con fe y conocimiento lo hacemos así, jamás espe­raremos en vano.
Es la voluntad de Dios que nuestras vidas sean sanas, felices, abundantes en experiencias de dicha; que progresemos libre y constantemente, día tras día y semana tras semana, a medida que vamos adelante en el camino que conduce a la perfección. Para ese fin hemos menester alimento, ropas, abrigo, medios de viajar, libros, etc; sobre todo necesitamos libertad, y la Oración incluye todas estas cosas en la palabra pan. El pan, es decir, no significa solamente el ali­mento, sino todo lo que el hombre necesita para dis­frutar una vida sana, feliz, libre y armoniosa. Pero para obtener esos bienes tenemos que demandarlos, no necesariamente en detalle, pero tenemos que pedirlos, reconociendo a Dios, y sólo a Dios, como la fuente de todo nuestro bien. Toda privación será siempre explicable por el hecho de que hemos bus­cado nuestros bienes en alguna fuente secundaria, en vez de recurrir a Dios mismo, el Autor y Dispensa­dor de la vida.
Generalmente pensamos que nuestros recursos financieros nos vienen de nuestras inversiones, o de ciertos negocios, o tal vez de nuestro patrón; cuando en verdad éstos no son más que los canales por los cuales nos viene lo que la Fuente Eterna provee. El número de canales es infinito; la Fuente es Una. El me­dio particular por el cual recibimos nuestros recursos de hoy, cambiará probablemente mañana, porque el cambio es ley cósmica en la manifestación de la vida. El estancamiento es la muerte, pero en tanto comprendamos que la Fuente de nuestras posesiones es el Espíritu inmutable, todo va bien. Si un canal se obstruye, otro se abrirá inmediatamente. Por otra parte, si creemos, como la mayoría, que ese medio particular es la fuente de nuestra prosperidad, tan pronto como se obstruya, lo cual ocurre a menudo, nos encontraremos en la pobreza porque creemos que la fuente se ha secado —y los efectos en el plano físico son siempre tal y como nos los imagina­mos.
Tomemos el ejemplo de un hombre que considera su profesión como la única fuente de sus recursos, y supongamos que, por una u otra razón, pierde su puesto. Debido a que él cree que su posición es su úni­ca fuente de ingresos, el perderla significará, natural­mente, que sus ingresos cesan. De esta manera tiene que dedicarse a buscar nuevo trabajo, y acaso trans­curra un largo tiempo durante el cual se vea práctica­mente en la pobreza. Pues bien, si tal hombre, mediante la comunión espiritual diaria, hubiese com­prendido a Dios como el único dispensador de sus bienes y a su puesto sólo como el camino particular por donde venían, entonces, al cerrarse el que antes tenía, otro —y probablemente uno mucho mejor— se habría abierto inmediatamente. Si su confianza hubiese estado en Dios como fuente de sus recursos —en Dios, que es inmutable, infalible, eterno—, entonces nueva ayuda le habría llegado de alguna parte, a través de cualquier canal, de la manera más fácil posible.
En un caso precisamente igual un hombre de negocios puede encontrarse obligado, por razones que están fuera de su alcance, a cerrar su empresa; o aquél cuyos recursos consisten en bonos y acciones puede encontrar un día que sus valores han bajado a cero, debido a acontecimientos inesperados en la bolsa, o a alguna catástrofe en una fábrica o una mina. Si este hombre considera su negocio o sus in­versiones como su fuente de recursos, creerá enton­ces que tal fuente se ha secado, y lógicamente sufrirá las consecuencias; mientras que si su confianza des­cansa en Dios, permanecerá en cierto modo indiferen­te al canal por el cual recibe, que será fácilmente suplantado por uno nuevo. En suma, debemos ejerci­tamos en considerar a Dios como la Causa o Fuente de donde nos viene todo lo que necesitamos, que ya el canal —cosa enteramente secundaria— vendrá por sí mismo.
En su sentido más importante y profundo, nuestro pan de cada día significa la realización de la Presen­cia de Dios —la íntima convicción de que Dios no es solamente un nombre, sino la Gran Realidad—; la seguridad de que, porque Él es Dios, perfectamente bueno, omnipotente, sabio y misericordioso, no tene­mos nada que temer; que podemos confiamos a Él porque Él se encargará de nosotros, que Él quiere proveemos de todo lo que hemos menester, enseñar­nos todo lo que necesitamos saber, y guiar nuestros pasos de tal manera que no cometamos errores. Éste es el sentido de Emmanuel, o Dios con nosotros; y sepamos que eso significa, sin lugar a duda, cierto grado de actual realización, es decir, cierta experien­cia consciente, y no un mero reconocimiento teórico del hecho; no simplemente hablar de Dios, por muy bellamente que lo hagamos, o pensar acerca de Él, sino tener de El una experiencia real en algún senti­do. Cierto que debemos empezar por pensar en Dios, pero esto debe conducir a la realización de su Pre­sencia, que es el pan, o maná. He aquí el punto esen­cial. La realización, o experiencia de Dios, es lo que importa. Ella es lo que marca el progreso del alma, lo que asegura la demostración; o la manifestación de Dios en nosotros. La realización, que nada tiene que ver con elegantes teorizaciones de palabras, es "la sustancia de las cosas que se esperan, la demos­tración de las cosas que no se ven". Tal es el Pan de Vida, el maná oculto; cuando uno lo tiene, posee todas las cosas en verdad y en hechos. Jesús se refie­re varias veces a esta experiencia como pan, porque es el alimento del alma, tal como el alimento mate­rial es para la nutrición del cuerpo. Con esta sustan­cia el alma se desarrolla y se fortalece; privada de ella se marchita y atrofia.
El más corriente error, por supuesto, es pensar que basta un reconocimiento formal de Dios, o que hablar de las cosas divinas, por más poéticamente que se haga, es lo mismo que poseerlas; pero esto es exactamente lo mismo que suponer que mirar un plato de alimento o discutir acerca de la composición química de sus ingredientes, equivale a comérselo. Tal error es la explicación al hecho de que mucha gente ora durante largos años sin resultados; porque si la oración es una fuerza viva, es imposible orar sin que algún resultado se produzca.
La realización no se obtiene por mero deseo; ha de venir naturalmente como resultado de la oración metódica diaria. Buscarla por el poder de la voluntad es la vía más segura para no llegar a ella. Oremos con regularidad serenamente, recordando que todo esfuerzo o agonía mental se frustra a sí misma, y luego, tal vez cuando menos la esperemos, como ladrón en la noche, la realización vendrá. Mientras tanto, es bueno saber que toda clase de dificultades prácticas pueden ser vencidas por la oración sincera, aun sin que ocurra una realización consciente. He­mos sabido de algunas personas que han tenido sus mejores demostraciones con un grado mínimo de realización; pero en general no logramos el senti­miento de seguridad y bienestar, al cual tenemos derecho hasta que percibamos en nosotros mismos la Presencia Divina.
Otra razón por la cual la Presencia de Dios es sim­bolizada por un alimento, es que la acción de ingerir nuestro sustento material es esencialmente algo que debe ser hecho por nosotros mismos. Nadie puede asi­milar alimento por otro. Podemos emplear criados para que hagan toda otra clase de menesteres; pero hay una cosa que tiene que ser realizada por uno mismo: comer el propio alimento. De la misma manera, nadie puede realizar por nosotros la Presencia de Dios. Podemos y debemos ayudar a otros a sobrellevar determinadas di­ficultades: "Sobrellevad los unos las cargas de los otros", pero nadie puede pensar ni sentir por nosotros, y el acto de ver en espíritu la "sustancia" y la "demos­tración" de la Presencia Divina no puede ser cumplido sino por el individuo mismo.
Hablando de este "pan de vida". Jesús lo llama el "pan cotidiano". La razón de ello es muy fundamen­tal: nuestro contacto con Dios debe ser latente y vivo. Es nuestra actitud real hacia Dios lo que gobierna nuestro ser. "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de la salvación." La cosa más fútil del mundo es tratar de vivir un concepto que perte­nece al pasado. La cosa que tiene verdadero valor espiritual en nuestra vida es verificar la Presencia de Dios aquí y ahora. Nuestra más débil realización de hoy tiene infinitamente más poder de ayudamos que la más viva de ayer. Seamos agradecidos por nues­tras experiencias pasadas, sabiendo que ellas quedan con nosotros para siempre en el cambio que han ope­rado en nuestro ser, pero no confiemos un ápice en ellas para nuestras necesidades de hoy. El Espíritu Divino Es, y el flujo y reflujo de la aprehensión hu­mana no lo hace cambiar. El maná del desierto en el Antiguo Testamento, es el prototipo de esto. Las tri­bus que vagaban por el desierto recibieron la prome­sa de que les caería del cielo cada día una cantidad de maná suficiente para las necesidades de cada uno de ellos, con la advertencia de que no guardasen nada para el día siguiente. Bajo ningún concepto debían comer los alimentos del día anterior, y los que desobedecían eran castigados con la pestilencia o la muerte.
Así es con nosotros. En tanto tratemos de susten­tamos en nuestra realización de ayer, estamos tratan­do de vivir en el pasado; y vivir en el pasado es morir. El arte de la vida es vivir en el presente, y hacer cada momento actual tan perfecto como sea posible, cayendo en la cuenta de que somos instru­mentos y la expresión misma de Dios. La mejor manera de preparamos para mañana es hacer que el día de hoy sea todo lo que debe ser.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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