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jueves, 19 de febrero de 2009

PADRE NUESTRO...

PADRE NUESTRO...

Estas dos palabras por sí solas constituyen un sistema de teología completo y preciso. En ellas se fija clara y distintamente la naturaleza y carácter de Dios. Resumen la verdad del Ser. Nos dicen todo lo que el hombre necesita saber acerca de Dios, acer­ca de sí mismo y acerca de su prójimo. Todo lo que a ellas se añada puede ser sólo a guisa de comentario, pues muy bien podría oscurecerse y complicarse el sentido verdadero del texto. Oliver Wendell Holmes dijo: "Toda mi religión está contenida en las dos pri­meras palabras del Padre Nuestro." Y la mayoría de nosotros nos encontramos en pleno acuerdo con él.
Notemos lo conciso y directo de la afirmación, Padre Nuestro. En esta cláusula Jesús establece de una vez para siempre que la relación entre Dios y el hombre es la de Padre e hijo. Esto quita toda posibi­lidad de que Dios pueda ser ese tirano cruel e impla­cable que nos presenta a menudo la teología, cual déspota oriental gobernando a esclavos serviles. Sa­bemos bien que los padres, sean cuales fueren sus defectos en otro sentido, tratan de hacer siempre todo lo mejor que pueden por sus hijos. Desgraciadamen­te, existen padres crueles que proceden contra esta regla natural, pero son tan excepcionales que los periódicos los estigmatizan. Hablando de la misma verdad. Jesús dijo también? "Si, pues, vosotros, sien­do malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quien se las pide!"; y por eso empieza su Oración estableciendo el carácter del pacto de Dios como Padre perfecto con sus hijos.
Notemos que esta cláusula, que fija la naturaleza de Dios, establece al mismo tiempo la naturaleza del hombre; porque si el hombre es hijo de Dios, nece­sariamente tiene que participar de Su naturaleza, ya que la naturaleza de los hijos es invariablemente similar a la de los padres. Es una ley cósmica que "de tal padre tal hijo". No es posible para un rosal producir lirios o para una vaca dar a luz a un potrito. La prole, pues, es y tiene que ser de la misma natu­raleza que los padres; y, así como Dios es Espíritu Divino, el hombre tiene que ser esencialmente Espí­ritu Divino también, no importa si las apariencias dicen lo contrario.
Pero detengámonos aquí un instante y tratemos de damos cuenta del progreso inmenso que hemos realizado al comprender la enseñanza de Jesús a este respecto. ¿No es evidente que así Él eliminó de un golpe el noventa por ciento de la vieja teología, con su Dios vengativo, sus almas predestinadas, su fuego eterno del infierno y todas las otras horribles crea­ciones concebidas por imaginaciones enfermas y ator­mentadas? Dios existe. Y el Eterno, el Todopoderoso, el Omnipresente, es el Padre misericordioso de la hu­manidad.
Si meditásemos en este hecho lo bastante para comprender, aun parcialmente, lo que en verdad sig­nifica, la mayoría de nuestras dificultades se encon­trarían resueltas y nuestras enfermedades desaparece­rían, porque sus raíces hallan sustento en el temor. Y la causa fundamental de toda dificultad es el temor. Si pudiésemos entender, tan sólo en parte, que esta
Sabiduría Divina es nuestro vivo y amante Padre, casi todos nuestros temores desaparecerían. Y si pudiésemos comprenderlo completamente, toda cosa negativa en nuestra vida se disiparía, y la perfección de nuestra existencia sería una demostración de nuestra perfecta condición espiritual. Así podemos ver cuál era el propósito de Jesús al expresar esta cláusula en primer lugar.
Seguidamente vemos que la Oración no dice "Padre Mío", sino "Padre Nuestro", lo cual significa, sin ningún lugar a duda, el hecho verdadero de la fraternidad de los hombres. Ello fuerza nuestra aten­ción desde el principio a fijarse en el hecho de que todos los hombres son ciertamente hermanos, hijos de un mismo Padre; y que "No hay ya judío o grie­go, no hay siervo o libre, no hay hombre o mujer", (gal. 3, 28); porque todos los hombres son herma­nos. Aquí Jesús, al establecer su segundo punto, pone fin a todos los disparates absurdos tocantes a una raza elegida, o a la superioridad de un grupo sobre otro. El disipa la ilusión de que los hombres de cier­ta nación, raza, color o clase social sean superiores a otros. La creencia en la superioridad del grupo al que uno pertenece, el "rebaño", como lo llaman los psi­cólogos, es una ilusión a la que es muy dado el géne­ro humano, pero que no tiene lugar en la doctrina de Jesús. Él establece que lo que señala la posición de un hombre es la condición espiritual de su propia alma, y mientras esté siguiendo el camino espiritual no existe diferencia alguna con respecto al grupo al que pertenezca.
Como consecuencia final de estas palabras se desprende el mandamiento de que debemos orar no solamente por nosotros mismos, sino por toda la humanidad. Todo investigador de la Verdad debería observar el pensamiento de la Verdad del Ser para toda la raza humana por lo menos un momento cada día, porque ninguno de nosotros vive para sí mismo ni para sí muere. Somos, en verdad —y en un senti­do más literal de lo que generalmente se cree— miembros de un solo cuerpo.
Así empezamos a ver que es mucho más de lo que superficialmente aparece, el sentido que encie­rran las simples palabras "Padre Nuestro". Simples —y aún podríamos decir inocentes— Jesús ha escon­dido en ellas un explosivo espiritual capaz de des­truir todo sistema hecho por el hombre que manten­ga esclavizada a la humanidad.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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