POR SUS FRUTOS
No deis las cosas santas a los perros, ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose, os destrocen.
(mt. VII, 6)
La inteligencia es un factor del mensaje cristiano tan esencial como el amor. Dios es amor, pero Dios es también la inteligencia infinita y, a menos que estas dos cualidades estén en equilibrio en nuestra vida, no logramos la sabiduría; porque la sabiduría es la fusión perfecta de la inteligencia y del amor. El amor sin la inteligencia puede hacer involuntariamente mucho daño —el niño mimado es un ejemplo— y la inteligencia sin el amor puede resultar crueldad refinada. Toda actividad verdaderamente cristiana ha de expresar la sabiduría, porque el celo sin la discreción es proverbialmente perverso.
Suele suceder que las personas que por primera vez ven los horizontes infinitos de la Verdad y así se liberan de alguna dificultad penosa, se exaltan tanto de alegría que acuden a todas partes derramando a otros las noticias de su descubrimiento; y probablemente solicitándoles que acepten también la Verdad. Esta actitud es totalmente comprensible, porque el amor no desea más que compartir su bien; sin embargo, es muy imprudente. El hecho es que la aceptación de la Verdad implica, como hemos visto, el abandono de todos los valores viejos; y, después de todo, esto es un sacrificio tremendo que no se debe esperar de cualquier persona; y en todo caso, no puede suceder sino cuando uno está espiritualmente preparado para el cambio. Si esta Verdad se le presenta de una manera atractiva, el que está listo se alegrará de aceptarla; si no lo está, ninguna discusión intelectual o argumento alguno lo hará aceptarla.
No confiemos en nuestro propio juicio para decidir quién está listo para recibir la Verdad, y quién no lo está; más bien dejémonos guiar por el Espíritu Santo. La mayoría de nosotros hemos tenido la experiencia, cuando hemos caído en la cuenta de la Idea Espiritual y lo que significa, de obedecer al impulso natural de comunicar lo que se nos ha revelado a algunos de nuestros amigos, a quienes creemos que podemos persuadir fácilmente y nos hemos encontrado con que, en la mayoría de los casos se niegan por completo a recibirla. En cambio, algunas personas, a quienes considerábamos poco desarrolladas espiritualmente, se muestran muy receptivas y emprenden con éxito la transformación de su vida según el nuevo conocimiento. Si oramos regularmente todos los días pidiendo sabiduría, inteligencia y nuevas oportunidades de servir, las personas adecuadas se presentarán sin que las busquemos; o nosotros iremos a ellos; y una ocasión conveniente se presentará para introducir el asunto. Mientras no estemos seguros de que sea prudente hablar de la Verdad, abstengámonos de hacerlo; en lugar de ello, oremos en silencio pidiendo que se nos guíe y dejemos el asunto en manos de Dios. Algunas veces no ocurre nada, no se presenta ninguna oportunidad mientras estamos con nuestro amigo, lo cual quiere decir que no ha llegado la hora y que nuestros esfuerzos no habrían servido para nada. Muchas veces, sin embargo, una ocasión obvia se presenta en la conversación, o algún incidente externo brinda el pretexto para introducir el asunto. Y he comprobado algún despertar sorprendente y agradable que surgió de esta manera.
Sobre todo abstengámonos de obligar a las personas con quienes vivimos o con quienes trabajamos a considerar la cuestión de la Verdad; especialmente en casa. Es fácil que nos convirtamos en un fastidio tratando de forzar con nuestras ideas a personas que no pueden apreciarlas, pues aún no están preparadas. Como nuestros familiares y nuestros socios tienen que vemos frecuentemente, no es prudente importunarlos o irritarlos. Démonos cuenta de que ellos, al no haber experimentado nuestro despertar personal, no puedan ver la cosa como nosotros la vemos; y que lo que ellos ven es otra cosa. También es posible que todavía no tengamos el arte de explicar nuestras ideas de la mejor manera posible. Finalmente es bueno recordar que los que nos rodean tendrán constantemente la oportunidad de examinar nuestra conducta personal, conocerán a fondo nuestras faltas y flaquezas y que, si hablamos demasiado e indiscretamente de valores espirituales, ellos esperarán de nuestra parte una demostración más grande que la que al principio podamos hacer. ¿Y no tendrían que ser superiores a la mayoría de los seres humanos para no señalar algunas veces, en el momento más inoportuno, aquellos actos nuestros que contradicen nuestras palabras? En otras palabras "apresurarse despacio" es el lema. Obrar con un ardor imprudente y adquirir la reputación de ser tonto o molesto no es un modo correcto de propagar la Verdad. El modo más rápido de hacerlo es vivir la vida uno mismo. Entonces los que nos rodean notarán el cambio en nosotros y en cuanto se den cuenta de que ha mejorado nuestra salud, que hay más prosperidad en nuestras vidas y que en nuestro rostro brilla la felicidad, vendrán espontáneamente, pidiéndonos que compartamos con ellos el secreto. No habrá que persuadirlos de que beban en las aguas de la vida.
Cuando tengamos deseos de presentar la Verdad a cierta persona, o a cierto grupo, conviene prepararnos mentalmente durante algunos días. Pidamos que la Inteligencia y el Amor nos ayuden a superar toda impaciencia y a hacer frente al ridículo y a la falta de afabilidad. Y sobre todo reguemos que esa Sabiduría, que combina el Amor y la Inteligencia, nos inspire. Afirmemos que la acción de Dios nos haga decir la palabra justa en el momento oportuno, y que al mismo tiempo los que nos escuchan sean guiados por las mismas cualidades divinas. No nos permitamos ocupamos en modo alguno de los resultados que puedan seguir a la discusión. Hablemos según la Verdad y dejémosla obrar. A menudo nos sorprenderemos, unos días después, de la eficacia de esa preparación espiritual.
El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
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JESUCRISTO es, sin duda, la figura más importante que jamás haya aparecido en la historia de la humanidad. Esto hemos de admitirlo; no importa cómo le consideremos. Ello es verdad así le llamemos Dios u hombre; y, si le consideramos hombre, ya le tengamos por el más grande Profeta y Maestro del mundo, o meramente como un bienintencionado fanático que, después de una efímera y tempestuosa vida pública, sufrió el dolor, la ruina y el fracaso.
EL SERMON DEL MONTE
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