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martes, 24 de febrero de 2009

EL SERMÓN DEL MONTE - LA LLAVE PARA TRIUNFAR EN LA VIDA (INTERPRETACION) - MATEO (V, 1- 48)

“BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS CORAZÓN; PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS”

Éste es otro de esos preceptos maravillosos en los que la Biblia es tan rica. Toda la filosofía de la reli­gión se encuentra aquí, resumida en pocas palabras. Como es costumbre en las Escrituras, las palabras están usadas en un sentido técnico y abarcan una idea mucho más amplia que la que tienen en la vida diaria.
Empecemos considerando la promesa que se nos hace en esta Bienaventuranza. Nada menos que ver a Dios. Ahora bien, sabemos desde luego que Dios no tiene forma corporal, y por lo tanto el asunto no con­siste en "verle" tal como vemos físicamente con nues­tros ojos a un semejante o un objeto. Si pudiésemos ver a Dios de esta manera, sería El limitado y, por lo tanto, ya no sería Dios. "Ver" se refiere aquí a la per­cepción espiritual, aquella capacidad de concebir la naturaleza verdadera de Dios, de la cual infortunada­mente carecemos.
Vivimos en el universo de Dios, pero no conoce­mos en manera alguna cómo es en realidad. El Cielo no es un lugar lejano en el firmamento, sino que nos está rodeando ahora mismo. Pero como nos falta la percepción espiritual, no podemos reconocerlo, o, por decirlo de otro modo, no podemos experimentar­lo. Y ése es el sentido en que podemos entender que se nos niega la entrada al Cielo. Estamos en contac­to con un fragmento pequeñísimo de ese Cielo al cual llamamos universo, pero aun ese pequeño frag­mento lo vemos torcido en su mayor parte. El Cielo es el nombre religioso que significa la presencia de Dios. El Cielo es infinito, pero nuestra manera de ver las cosas nos lleva a interpretarlo en función de un mundo de tres dimensiones. El Cielo es la Eternidad, pero la experiencia que tenemos aquí llega a nuestro conocimiento en serie, en una secuencia que llama­mos "tiempo", lo cual nunca permite que compren­damos una experiencia en su totalidad. Dios es el Espíritu Divino, y en ese Espíritu no hay limitacio­nes ni restricciones de ninguna clase. Sin embargo, vemos todas las cosas distribuidas en lo que llama­mos "espacio", es decir, están espaciadas; ello da lugar a una restricción artificial que constantemente estorba el reagrupamiento de los sucesos de nuestra experiencia que requiere el pensamiento creador.
El Cielo es el reino del Espíritu, la Sustancia pu­ra; allí no hay vejez, ni decadencia, ni discordia; es el reino del Eterno Bien. Y sin embargo, a nuestros ojos todo está envejeciendo, decayendo, deteriorán­dose; floreciendo para marchitarse, naciendo para morir.
Nos parecemos a un daltónico que estuviera en un jardín rodeado de bellas flores. Por todo su alre­dedor hay colores gloriosos, pero él no los percibe, no está consciente de ellos. Para él todo es negro, o blanco, o gris. Si suponemos que le falta también el sentido del olfato, comprenderemos que no puede apreciar más que una parte infinitesimal de la magni­ficencia de ese jardín. No obstante, todo ese resplan­dor está delante de él y es para él; pero no es capaz de percibirlo.
A esta limitación se la conoce en Teología como "Caída del Hombre" y consiste en tener una tenden­cia a ejercer su voluntad en oposición a la voluntad de Dios. "Dios hizo al hombre íntegro, pero éste se ha buscado muchas limitaciones." Nuestra tarea es superar esas limitaciones tan rápidamente como sea posible, hasta que lleguemos a conocer las cosas como en realidad son. Esto es lo que quieren decir las palabras "ver a Dios" y verle "cara a cara". Ver a Dios es comprender la Verdad, una experiencia que trae la libertad infinita y la felicidad perfecta.
En esta maravillosa Bienaventuranza Jesús nos dice exactamente cómo habrá de cumplirse esta tarea suprema, y quiénes son los que la llevarán a cabo: los limpios de corazón. Aquí de nuevo hay que tener en cuenta que las palabras "puro" y "pureza" tienen un sentido mucho más amplio que el que corriente­mente se les atribuye. "Pureza", en la Biblia, significa mucho más que la limpieza física, por importante que ésta sea. En plenitud de sentido consiste en el reconocimiento de Dios como la única Causa verda­dera y el único Poder verdadero que existe. Es lo que en otro lugar se denomina "el ojo simple" y es nada menos que el secreto por medio del cual podemos escapar de toda enfermedad, desgracia o limitación, en fin, a la caída del hombre. Por lo cual, bien podría­mos parafrasear esta Bienaventuranza más o menos de este modo:

"BIENAVENTURADOS quienes reconocen a Dios co­mo la única Causa verdadera, la única Presencia verdadera y el único Poder real, no de una manera teórica o formal, sino en la práctica, es decir, con palabras, y acciones; y no meramente en una parte de su vida, sino en todo rincón de la vida y del espíritu; no teniendo reserva alguna para con Dios, sino armo­nizando la voluntad de ellos, aun en los detalles más menudos, con la voluntad de Él —porque ellos ven­cerán todas las limitaciones de espacio, tiempo y materia, así como las flaquezas de la mente camal; y estarán conscientes y gozarán para siempre de la Pre­sencia de Dios—."

Podemos advertir lo tosca que resulta cada pará­frasis de la verdad bíblica comparada con la conci­sión y gracia del Libro Santo. Pero conviene que cada persona parafrasee de vez en cuando los textos más conocidos de la Escritura, porque esto le ayuda­rá a comprender con exactitud cuál es el significado que les va atribuyendo. Ello también servirá para destacar algún sentido profundo sobre el cual se ha pasado inadvertidamente. Notemos que Jesús habla de los limpios de corazón. La palabra "corazón" en la Biblia indica generalmente lo que los psicólogos modernos llaman la mente subconsciente. Esto es de extrema importancia, porque no basta que aceptemos la Verdad sólo con la mente consciente. En tal caso nuestra aceptación no es más que una opinión. Sólo cuando es aceptada por la mente subconsciente, y asimilada así por toda la mentalidad, puede la Verdad reformar el carácter y transformar la vida. "Como un hombre piensa en su corazón así es él." "Guarda tu corazón con diligencia, pues de él brotan las fuentes de la vida."
Mucha gente, especialmente la que se considera culta, posee un caudal de conocimientos que no lo­gran cambiar ni mejorar su vida. Los médicos saben todo sobre la higiene, pero viven a menudo de una manera poco higiénica; los filósofos que están entera­dos de la sabiduría humana atesorada a través de los siglos, continúan conduciéndose de una manera tonta y absurda. Por consiguiente, unos y otros tienen vidas frustradas e infelices. La razón de ello es que sus co­nocimientos son simplemente opinión, erudición acu­mulada en la mente. Para que un conocimiento pueda cambiamos es necesario que se incorpore a nuestra mente subconsciente, vale decir, que penetre hasta lo más íntimo del corazón. Los psicólogos modernos están en lo cierto al tratar de reeducar la mente sub­consciente, aunque hasta ahora no han encontrado el método seguro para ello. Ese método no es otro que la Oración Científica, o sea, la práctica de la Presen­cia de Dios.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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