También habéis oído que se dijo a los antiguos: No perjurarás; antes cumplirás al Señor tus juramentos.
Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; Ni por la tierra, pues es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, pues es la ciudad del gran Rey.
Ni por tu cabeza jurarás tampoco, porque no está en ti volver uno de tus cabellos blanco o negro.
Sea vuestra palabra: Sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto, de mal procede.
(Mateo, V 23-27)
No juréis, es uno de los puntos cardinales que Jesús enseña. Quiere decir, brevemente, que no debemos hacer votos, que no debemos hipotecar el futuro de antemano. No prometer hacer o dejar de hacer algo mañana, o el año próximo, o de hoy en treinta años. Es insensato disponer hoy nuestra conducta o nuestras creencias de mañana. Es parte vital de la enseñanza de Jesús esta obligación de buscar constantemente la inspiración directa de Dios, y mantenemos siempre listos para permitir al Espíritu Santo manifestarse por medio de nosotros. Pues, si decidimos de antemano lo que vamos a hacer, o a creer, o a pensar mañana, o el año que viene o el resto de la vida, y en especial si tomamos esta decisión irrevocable por el acto solemne de un voto, ya no estamos accesibles a la acción del Paracleto, sino que por este acto le cerramos la puerta. Si queremos dejamos guiar por la Sabiduría Divina, es absolutamente necesario que mantengamos abierta la mente, porque muy a menudo ocurre que la actitud sabia no concuerda con nuestras opiniones personales o sentimientos del momento. Si por un voto o una promesa hemos comprometido nuestra alma, nuestra libertad se ha perdido; y si no somos libres, la acción del Espíritu Divino no puede efectuarse. Éste es, en efecto, ni más ni menos que el pecado contra el Espíritu Santo del que habla la Biblia; pecado que ha asombrado tanto a los corazones sensibles, y del cual existe un falso concepto general.
¿Cuál es ese pecado contra el Espíritu? Tal pecado consiste en toda acción que impida en nosotros la obra del Espíritu Santo; todo aquello que intercepte la acción vivificante y siempre renovadora de Dios, porque ese hecho es la vida espiritual misma. El castigo de este error es el estancamiento espiritual, y puesto que el único remedio, en este caso, es buscar la acción directa del Espíritu Santo y nuestro error consiste precisamente en impedir esa acción, la condición resultante de ello es un lamentable círculo vicioso. Es evidente que las cosas no pueden cambiar mientras persistamos en nuestra equivocación. De ahí que, en este sentido, el pecado se convierte en irremisible, es decir, no tiene perdón. El problema no puede resolverse de ninguna manera hasta que la víctima no esté lista para cambiar su actitud. Los síntomas de esta enfermedad son la parálisis del alma y la falta de poder para elevarse hacia la Verdad; síntomas éstos que van acompañados muchas veces de un sentimiento de superioridad moral y de orgullo espiritual.
Naturalmente, Jesús no quiere decir que no debemos comprometemos en los negocios ordinarios de la vida, tales como tomar en alquiler una casa, firmar un contrato, aceptar un socio, o tantas otras cosas. Tampoco quiere decir que el juramento ordinario exigido por los tribunales es inadmisible, porque estas cosas facilitan las transacciones entre los hombres y son correctas y necesarias en una sociedad organizada. El Sermón del Monte, como hemos visto, es una disertación sobre la vida espiritual, que lo dirige todo. El que comprende la enseñanza espiritual de Jesús y la pone en práctica no podrá faltar a una obligación de honor. Será un buen inquilino, un socio honrado, y un testigo digno de confianza ante los tribunales.
Muchas iglesias exigen todavía a sus ministros, en el momento de su ordenación, que prometan solemnemente que van a continuar creyendo durante el resto de su vida en las doctrinas de su secta particular, y esto ocurre en un momento de su ejercicio en que todavía son jóvenes, y sus mentes carecen de madurez. Esto es exactamente lo que Jesús quería evitar. Si un joven ora todos los días pidiendo esclarecimiento y dirección, es evidente que no seguirá guardando las mismas ideas a medida que envejezca, sino que las irá ampliando y corrigiendo continuamente. El hombre que es hoy, morirá cada día, para renacer al día siguiente más sabio y mejor.
Otros movimientos religiosos todavía exigen a sus miembros que acepten determinado libro de reglas e instrucciones destinadas a servirles de guía perpetua; pero esto resulta fatal porque impide automáticamente que se realice la acción del Espíritu Divino. En lo que a esto respecta, ciertas iglesias organizadas recientemente están tan faltas de sabiduría como las antiguas. Cada persona debe, en cada momento, ser libre de dirigir los asuntos de su alma según la inspiración recibida del Altísimo. Orar o dejar de orar, hacerlo de esta manera o de otra, leer o no ciertos libros, asistir o no a la iglesia —todo esto no puede planearse arbitrariamente de antemano, sino que debe decidirse según la urgencia espiritual del momento.
En este mismo espíritu fatal, algunos directores espirituales prohíben a sus discípulos que lean otros libros religiosos que no sean los de su propia iglesia. Éste es un crimen contra la vida misma del alma, y resulta tan espantoso que no hay palabras para calificarlo.
En general, este mandamiento contra las reglas a cal y canto se aplica sobre todo a nuestras oraciones. Muchas personas se han fabricado moldes rígidos para la expresión de sus oraciones, pero de esa rigidez resulta infaliblemente, tarde o temprano, la destrucción de la vida espiritual. Unos dicen: "Siempre comienzo con la plegaria del Señor" o con cierto Salmo o alguna otra cosa. Todo esto debe evitarse, porque siempre conviene orar según la inspiración del momento, guiados por la acción del Espíritu Santo. Es la oración espontánea, el pensamiento que se produce en el momento mismo, lo que tiene la eficacia suficiente. Un pensamiento que se nos da de esta manera tiene diez veces más poder que uno que pudiéramos seleccionar de antemano. Recordemos, sin embargo, que sólo las reglas inflexibles deben evitarse. Es bueno tener algunos modelos de oraciones que podrán ser usadas cuando no se presente algo mejor; y a la mayoría de los principiantes tal cosa les será necesaria por algún tiempo. Lo que importa es estar siempre dispuesto a abandonar la regla para escuchar al Espíritu. Algunas veces se llega a un extremo en que las oraciones parecen no tener resultado. Esto se debe con frecuencia a que la forma reglamentada de la oración la ha convertido en una cosa maquinal. En tal caso, es necesario buscar a tientas alguna inspiración, dejarse guiar por el primer pensamiento que llegue, o bien tratar de descubrir la inspiración abriendo la Biblia a la ventura.
Este pasaje del Sermón nos enseña, además, que no debemos empeñamos en señalar nosotros mismos determinadas condiciones o circunstancias, o soluciones particulares a nuestros problemas. Cuando tengamos que enfrentamos a alguna dificultad debemos pedir espiritualmente la armonía y la libertad, pero no tratar de determinar la solución exacta que haya de acontecer, o decidir el curso exacto que vayan a seguir las cosas. Si uno se resuelve de antemano a obtener una cosa particular, podrá, si tiene cierto tipo de mentalidad, lograrla; pero de ese ejercicio del libre albedrío resulta, casi infaliblemente, una serie de complicaciones. La persona obtendrá lo que deseaba, pero luego lo lamentará profundamente.
Sí, sí; no, no, representan lo que llamamos en la Oración Científica la Afirmación y la Negación, respectivamente. Éstas son la Afirmación de Verdad y Armonía y la Omnipresencia de Dios en la Realidad; y la negación de cualquier poder en el error y la limitación.
El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
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JESUCRISTO es, sin duda, la figura más importante que jamás haya aparecido en la historia de la humanidad. Esto hemos de admitirlo; no importa cómo le consideremos. Ello es verdad así le llamemos Dios u hombre; y, si le consideramos hombre, ya le tengamos por el más grande Profeta y Maestro del mundo, o meramente como un bienintencionado fanático que, después de una efímera y tempestuosa vida pública, sufrió el dolor, la ruina y el fracaso.
EL SERMON DEL MONTE
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