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martes, 24 de febrero de 2009

EL SERMÓN DEL MONTE - LA LLAVE PARA TRIUNFAR EN LA VIDA (INTERPRETACION) - MATEO (V, 1- 48)

También habéis oído que se dijo a los anti­guos: No perjurarás; antes cumplirás al Señor tus juramentos.
Pero yo os digo: No juréis en ningu­na manera: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; Ni por la tierra, pues es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, pues es la ciudad del gran Rey.
Ni por tu cabeza jurarás tampoco, porque no está en ti volver uno de tus cabellos blanco o negro.
Sea vuestra palabra: Sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto, de mal procede.
(Mateo, V 23-27)


No juréis, es uno de los puntos cardinales que Jesús enseña. Quiere decir, brevemente, que no debe­mos hacer votos, que no debemos hipotecar el futuro de antemano. No prometer hacer o dejar de hacer algo mañana, o el año próximo, o de hoy en treinta años. Es insensato disponer hoy nuestra conducta o nuestras creencias de mañana. Es parte vital de la enseñanza de Jesús esta obligación de buscar cons­tantemente la inspiración directa de Dios, y mante­nemos siempre listos para permitir al Espíritu Santo manifestarse por medio de nosotros. Pues, si decidi­mos de antemano lo que vamos a hacer, o a creer, o a pensar mañana, o el año que viene o el resto de la vida, y en especial si tomamos esta decisión irrevo­cable por el acto solemne de un voto, ya no estamos accesibles a la acción del Paracleto, sino que por este acto le cerramos la puerta. Si queremos dejamos guiar por la Sabiduría Divina, es absolutamente ne­cesario que mantengamos abierta la mente, porque muy a menudo ocurre que la actitud sabia no con­cuerda con nuestras opiniones personales o senti­mientos del momento. Si por un voto o una promesa hemos comprometido nuestra alma, nuestra libertad se ha perdido; y si no somos libres, la acción del Espíritu Divino no puede efectuarse. Éste es, en efecto, ni más ni menos que el pecado contra el Espí­ritu Santo del que habla la Biblia; pecado que ha asombrado tanto a los corazones sensibles, y del cual existe un falso concepto general.
¿Cuál es ese pecado contra el Espíritu? Tal peca­do consiste en toda acción que impida en nosotros la obra del Espíritu Santo; todo aquello que intercepte la acción vivificante y siempre renovadora de Dios, porque ese hecho es la vida espiritual misma. El cas­tigo de este error es el estancamiento espiritual, y puesto que el único remedio, en este caso, es buscar la acción directa del Espíritu Santo y nuestro error consiste precisamente en impedir esa acción, la con­dición resultante de ello es un lamentable círculo vicioso. Es evidente que las cosas no pueden cambiar mientras persistamos en nuestra equivocación. De ahí que, en este sentido, el pecado se convierte en irremisible, es decir, no tiene perdón. El problema no puede resolverse de ninguna manera hasta que la víc­tima no esté lista para cambiar su actitud. Los sínto­mas de esta enfermedad son la parálisis del alma y la falta de poder para elevarse hacia la Verdad; sínto­mas éstos que van acompañados muchas veces de un sentimiento de superioridad moral y de orgullo espi­ritual.
Naturalmente, Jesús no quiere decir que no debe­mos comprometemos en los negocios ordinarios de la vida, tales como tomar en alquiler una casa, firmar un contrato, aceptar un socio, o tantas otras cosas. Tampoco quiere decir que el juramento ordinario exi­gido por los tribunales es inadmisible, porque estas cosas facilitan las transacciones entre los hombres y son correctas y necesarias en una sociedad organiza­da. El Sermón del Monte, como hemos visto, es una disertación sobre la vida espiritual, que lo dirige todo. El que comprende la enseñanza espiritual de Jesús y la pone en práctica no podrá faltar a una obligación de honor. Será un buen inquilino, un so­cio honrado, y un testigo digno de confianza ante los tribunales.
Muchas iglesias exigen todavía a sus ministros, en el momento de su ordenación, que prometan so­lemnemente que van a continuar creyendo durante el resto de su vida en las doctrinas de su secta particu­lar, y esto ocurre en un momento de su ejercicio en que todavía son jóvenes, y sus mentes carecen de madurez. Esto es exactamente lo que Jesús quería evitar. Si un joven ora todos los días pidiendo escla­recimiento y dirección, es evidente que no seguirá guardando las mismas ideas a medida que envejezca, sino que las irá ampliando y corrigiendo continua­mente. El hombre que es hoy, morirá cada día, para renacer al día siguiente más sabio y mejor.
Otros movimientos religiosos todavía exigen a sus miembros que acepten determinado libro de re­glas e instrucciones destinadas a servirles de guía perpetua; pero esto resulta fatal porque impide auto­máticamente que se realice la acción del Espíritu Di­vino. En lo que a esto respecta, ciertas iglesias orga­nizadas recientemente están tan faltas de sabiduría como las antiguas. Cada persona debe, en cada mo­mento, ser libre de dirigir los asuntos de su alma se­gún la inspiración recibida del Altísimo. Orar o dejar de orar, hacerlo de esta manera o de otra, leer o no cier­tos libros, asistir o no a la iglesia —todo esto no puede planearse arbitrariamente de antemano, sino que debe decidirse según la urgencia espiritual del momento.
En este mismo espíritu fatal, algunos directores espirituales prohíben a sus discípulos que lean otros li­bros religiosos que no sean los de su propia iglesia. Éste es un crimen contra la vida misma del alma, y re­sulta tan espantoso que no hay palabras para calificarlo.
En general, este mandamiento contra las reglas a cal y canto se aplica sobre todo a nuestras oraciones. Muchas personas se han fabricado moldes rígidos para la expresión de sus oraciones, pero de esa rigi­dez resulta infaliblemente, tarde o temprano, la des­trucción de la vida espiritual. Unos dicen: "Siempre comienzo con la plegaria del Señor" o con cierto Salmo o alguna otra cosa. Todo esto debe evitarse, porque siempre conviene orar según la inspiración del momento, guiados por la acción del Espíritu San­to. Es la oración espontánea, el pensamiento que se produce en el momento mismo, lo que tiene la efica­cia suficiente. Un pensamiento que se nos da de esta manera tiene diez veces más poder que uno que pudiéramos seleccionar de antemano. Recordemos, sin embargo, que sólo las reglas inflexibles deben evitarse. Es bueno tener algunos modelos de oracio­nes que podrán ser usadas cuando no se presente algo mejor; y a la mayoría de los principiantes tal cosa les será necesaria por algún tiempo. Lo que im­porta es estar siempre dispuesto a abandonar la regla para escuchar al Espíritu. Algunas veces se llega a un extremo en que las oraciones parecen no tener resulta­do. Esto se debe con frecuencia a que la forma regla­mentada de la oración la ha convertido en una cosa maquinal. En tal caso, es necesario buscar a tientas alguna inspiración, dejarse guiar por el primer pensa­miento que llegue, o bien tratar de descubrir la inspi­ración abriendo la Biblia a la ventura.
Este pasaje del Sermón nos enseña, además, que no debemos empeñamos en señalar nosotros mismos determinadas condiciones o circunstancias, o solucio­nes particulares a nuestros problemas. Cuando tenga­mos que enfrentamos a alguna dificultad debemos pedir espiritualmente la armonía y la libertad, pero no tratar de determinar la solución exacta que haya de acontecer, o decidir el curso exacto que vayan a se­guir las cosas. Si uno se resuelve de antemano a obte­ner una cosa particular, podrá, si tiene cierto tipo de mentalidad, lograrla; pero de ese ejercicio del libre albedrío resulta, casi infaliblemente, una serie de complicaciones. La persona obtendrá lo que deseaba, pero luego lo lamentará profundamente.
Sí, sí; no, no, representan lo que llamamos en la Oración Científica la Afirmación y la Negación, res­pectivamente. Éstas son la Afirmación de Verdad y Armonía y la Omnipresencia de Dios en la Realidad; y la negación de cualquier poder en el error y la limitación.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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