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COMO PROTEGER TU CASA CON JESUCRISTO

martes, 24 de febrero de 2009

EL SERMÓN DEL MONTE - LA LLAVE PARA TRIUNFAR EN LA VIDA (INTERPRETACION) - MATEO (V, 1- 48)

Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, y dien­te por diente.
Pero yo os digo: No resistáis al mal, y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra;
Y al que quiera litigar contigo y quitarte la túnica, déjale también en manto, y si alguno te requisara para una milla, vete con él dos.
Da a quien te pida y no vuelvas la espalda a quien desea de ti algo prestado
(Mateo V, 38-42)


Jesús es el más revolucionario de todos los maes­tros. El vuelve las cosas de arriba abajo para los que aceptan su enseñanza. Una vez que se acoge su men­saje, todo cambia de aspecto; nada vuelve a ser como era antes. Todos los valores humanos se transforman de manera radical. Aquellas cosas en las cuales con­sumíamos caudales de energía y de tiempo, parecen luego no valer en absoluto la pena de poseerse, mien­tras que otras que pasábamos por alto llegan a ser las únicas que nos importan. Comparados con Jesús, el resto de los revolucionarios y reformadores de la his­toria no han hecho más que escarbar en la superficie —arreglando un poco los detalles externos y de me­nor importancia—. En cambio Jesús ahondó hasta la raíz misma de las cosas.
La Vieja Ley, destinada a mantener cierto grado de orden, por rudimentario y sencillo que fuese, entre un pueblo bárbaro —porque cualquier ley es siempre mejor que la anarquía— se había basado en la conocida frase: ojo por ojo y diente por diente. Cualquier daño que un hombre hiciese a otro, tendría que sufrirlo en sí mismo por vía de castigo. Si mata­ba a otro, la ley lo mataba a él. Si le sacaba un ojo a otro hombre los oficiales de la justicia le sacaban el suyo propio. En la medida en que él dañara o perju­dicara a otro, estaba condenado a recibir en sí mismo idéntico castigo. Y sin embargo, un código así era mejor que ninguno, y acaso no fue malo como co­mienzo. Para gente bárbara, incapaz de apreciar la idea abstracta de la justicia y de ver más allá de la pasión momentánea, sin imaginación para darse cuenta de un castigo que no era obvio esto sirvió, sin duda alguna, en la mayoría de los casos, de freno efi­caz a los instintos primitivos. Luego, a medida que pasó el tiempo y la barbarie se fue convirtiendo en civilización, la misma opinión pública se fue encar­gando de modificar paulatinamente este código pri­mitivo hasta hacerse menos rudo y brutal de lo que había sido hasta entonces.
Tal me el caso en lo que a la justicia pública se refiere. En la vida privada, no obstante, el viejo códi­go continuó imperando en los corazones y en las mentes, aunque ya sin traducirse en actos de extrema vio­lencia; y no es exagerado decir que su influencia ha subsistido hasta la hora presente. El deseo de ven­ganza, de recobrar lo propio, de traer las cosas a su nivel de una manera u otra cuando nos han lastima­do o hemos sufrido una injusticia o hemos sido testi­gos de cosas que no aprobamos, subsiste todavía en nosotros —y seguirá subsistiendo a menos que lo destruyamos deliberadamente—. "La venganza", dijo Bacon, "es una clase de justicia salvaje", y el hom­bre natural, con su instintiva sed de justicia (porque la verdadera justicia es parte de la Divina Armonía, y los hombres en cada etapa de su desarrollo parecen tener un destello intuitivo de esa Armonía Espiritual y Divina que se esconde tras todas las apariencias) siente que el camino más exitoso para restablecer el roto equilibrio de la justicia, no es otro que pagar con la misma moneda.
Pero éste es precisamente el error fatal que se encuentra en la raíz de toda discordia, pública o pri­vada, en este mundo. Es la causa directa de las gue­rras internacionales, de las discusiones en familia y de las querellas personales y, como veremos en el estudio científico de la Biblia, es también la causa de muchas, si no de la mayor parte, de nuestras enfer­medades y otras miserias que acaecen en la vida del hombre. Pero he aquí que Jesús siempre nos expone el reverso de esta situación, es decir, que si alguien nos hace daño, en lugar de buscar venganza o de pagarle con la misma moneda, debemos perdonarle y dejarle ir en paz. No importa cuál sea la provocación ni cuántas veces se haya repetido; hemos de proceder de esa manera. Conviene liberarle y dejarle ir en paz, porque solamente así conseguiremos liberamos a no­sotros mismos, y de este modo podremos conservar la integridad de nuestra alma. Devolver mal por mal, responder a la violencia con la violencia y al odio con el odio, es entrar en un círculo vicioso en el que se consumirá nuestra vida y también la de nuestro her­mano.
"El odio no cesa con el odio", dijo la Luz de Asia, enunciando con muchos siglos de anterioridad esta gran Verdad Cósmica; y Jesús, la Luz del Mundo, la puso en primer lugar en su enseñanza, porque es la piedra angular de la salvación.
Esta doctrina de la "no-resistencia al mal" es el gran secreto metafísico. Al mundo profano que no lo puede comprender, esta rendición completa al agre­sor le parece un suicidio moral; sin embargo, a la luz revelada en Jesucristo, adquiere un aspecto nuevo, y vemos que en realidad constituye una estrategia espi­ritual admirable. Cuando consideramos con hostili­dad una situación, le damos el poder de gobernamos; cuando no le ofrecemos resistencia, la privamos del poder y el prestigio.
Como hemos visto. Jesús es el Supremo Metafísi­co, y Él mismo se interesa solamente por los estados de conciencia, los pensamientos y las creencias que adoptan los hombres, porque éstas son las cosas que importan, las cosas en las que residen las fuerzas causales. El no da instrucción alguna en lo referente a los detalles de la conducta o las acciones exterio­res; y cuando habla de los procedimientos de la jus­ticia, de la ropa y del manto, de prestar o pedir pres­tado y de volver la otra mejilla, está sirviéndose de símbolos para describir estados mentales, y estas palabras no deben interpretarse en un sentido literal. Esto no representa un intento de evadirse o de evitar comentar un texto difícil. Nunca recordaremos dema­siado que si nuestro pensamiento es justo, nuestra conducta no puede ser mala; y por otra parte, toda acción motivada por causas exteriores puede ser mala o buena, porque no hay reglas generales ade­cuadas para una conducta recta. Ningún maestro puede decir que determinada acción será justa en cualquier tiempo, porque el juego de circunstancias de la vida es demasiado complicado para una predic­ción tal. Cualquier persona con la más ligera expe­riencia del mundo sabe, por ejemplo, que prestar dinero sin discriminación a cuantos lo pidan no es siempre un acto sabio —muchas veces incluso injus­to para uno mismo y para los que de uno dependen, y en muchos casos hasta al que recibe el dinero pres­tado le resulta un mal en lugar de un bien—. Note­mos que Jesús mismo, cuando le golpearon en casa de Pilato, hizo frente con dignidad solemne a sus agresores. La exhortación de volver la otra mejilla no tiene más que un valor simbólico. Se refiere a lo que debemos hacer con los pensamientos cuando estamos en presencia del error, y simboliza el acto de oponer­le al error, no otro error, sino la Verdad, lo cual fun­ciona generalmente como por arte de magia.
Cuando alguien esté comportándose mal a nues­tros ojos, si en vez de pensar en la falta cometida apartamos la atención de lo humano para fijarla en lo Divino o en la Realidad Espiritual de la persona en cuestión, veremos cómo su conducta cambiará de forma inmediata. Este es el secreto para tratar con personas de carácter difícil, y Jesús había compren­dido esto profundamente Si los que nos rodean se molestan, no tenemos más que cambiar deliberada­mente nuestro pensamiento respecto a ellos, y ense­guida cambiarán ellos también. Tal es la verdadera venganza. Este procedimiento ha sido probado miles, acaso millones, de veces; y nunca falla si se aplica de buena fe. A veces es hasta divertido verlo funcio­nar como un mecanismo. Si alguien entra de mal talante en nuestra casa, en la oficina o en la tienda donde estamos, no le contrarrestemos agresivamente ni pensemos en huir de la dificultad; todo lo contra­rio. Fijémonos en la Armonía Divina, y nos compla­ceremos al ver cómo la ira desaparece de su sem­blante y se sustituye por otra expresión. Sus faccio­nes sin duda revelarán el cambio progresivo que tiene lugar en el corazón. Tal vez puede que al prin­cipio nos sea más fácil llevar a cabo el "tratamiento" sin mirar directamente al sujeto, pero cuando tenga­mos práctica nos será posible ver a través de él la Verdad Espiritual.
Una mujer se incomodó oyendo a dos hombres que trabajaban debajo de su ventana y que, ignoran­do su proximidad, se expresaban de una manera gro­sera. Por un momento la ira y el desprecio se levan­taron en ella pero, recordando este mandamiento, enseguida concentró su atención en la Presencia Divina en cada uno de los hombres —presencia que duerme en el fondo del corazón de todo ser huma­no— y (hablando en términos religiosos modernos) saludó mentalmente al Cristo que había en ellos. Al instante cesó el lenguaje vulgar. Ella dijo que fue como si la conversación se hubiera cortado con un cuchillo. Probablemente ella se dio cuenta de una forma tan intensa de la Verdad y, en ese caso, los dos hombres recibieron una sustancial elevación, un le­vantamiento espiritual, y acaso quedaron del todo curados de su vulgaridad oral.
Todos los que han tenido alguna experiencia en estas aplicaciones prácticas de la Verdad podrían citar numerosos ejemplos en los que se ha restablecido la armonía por este método sencillo de Jesús. Los ani­males responden aún más fácilmente a este tratamien­to que los seres humanos. Recuerdo dos ocasiones en que unos perros luchaban con tal ferocidad entre ellos que todos los esfuerzos para separarlos habían resul­tado inútiles, cuando la visión mental del Amor Divi­no en todas las criaturas bastó para restablecer la paz. En uno de estos casos el efecto tomó varios minutos; en el otro fue prácticamente instantáneo.
Algunas veces ocurre que uno se encuentra en un grupo donde la conversación tiende a ser muy negati­va. Se habla de enfermedades o desgracias de toda índole, describiéndolas detalladamente, o se critica sin piedad a los ausentes. Por una u otra razón puede ser­nos difícil abandonar la reunión; en tal caso, nuestro deber es claro: debemos mentalmente "volver la otra mejilla", y ayudar así tanto a los que hablan como a sus víctimas "Déjale también la capa" y "vete con él dos millas", son dos expresiones dramáticas que subrayan aún más el principio de no ofrecer resisten­cia mental a las condiciones aparentes del mal. Sim­paticemos con la actitud del prójimo tanto como sea posible, concedamos cada punto que no sea absolutamente esencial, y redimamos el resto con la Verdad de Cristo. Nunca nos rindamos al error, por supues­to; pero es al pecado y no al pecador a quien debe­mos condenar.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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