Sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial.
(MATEO, V 48)
Este mandamiento de Jesús es una de las cosas más tremendas que aparecen en toda la Biblia. Meditemos Sus palabras. El nos manda que seamos perfectos como Dios mismo es perfecto; y, como sabemos que Él no ordenaría lo imposible, vemos cómo Él afirma aquí la doctrina de que es posible que el hombre pueda llegar a ser divinamente perfecto. Pero aún es más: Jesús lo propone como algo que tenemos que efectuar. De aquí se desprende, por tanto, que el hombre no puede ser ese hijo del pecado, desheredado y sin esperanza, que tan a menudo nos ha presentado la teología, sino que es de linaje divino —hijo del Padre que está en los Cielos— y en consecuencia potencialmente divino y perfecto.
Ahora bien, si en verdad somos hijos de Dios, capaces de expresar la perfección divina, no puede existir ningún poder verdadero en el mal o en el pecado que nos pueda mantener permanentemente esclavizados. Es decir, usando el método correcto, será sólo cuestión de tiempo el que alcancemos nuestra verdadera salvación espiritual; por lo tanto, no vacilemos más antes de emprender la marcha hacia arriba. Es preciso que, en este mismo momento, si todavía no lo hemos hecho, nos levantemos como el hijo pródigo de entre los desperdicios de la materialidad y la limitación y, confiándonos a las promesas de Jesús, exclamemos: "Me levantaré e iré hacia mi Padre".
Los que se sientan desanimados por un sentimiento de indignidad y de falta de comprensión propias, y se crean a sí mismos muy lejos del camino, deberán recordar que todos los Grandes Maestros Espirituales han convenido en una frase que viene a recordar: "Para alcanzar el reino de los cielos hay que pasar por la tormenta."
El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
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JESUCRISTO es, sin duda, la figura más importante que jamás haya aparecido en la historia de la humanidad. Esto hemos de admitirlo; no importa cómo le consideremos. Ello es verdad así le llamemos Dios u hombre; y, si le consideramos hombre, ya le tengamos por el más grande Profeta y Maestro del mundo, o meramente como un bienintencionado fanático que, después de una efímera y tempestuosa vida pública, sufrió el dolor, la ruina y el fracaso.
EL SERMON DEL MONTE
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