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martes, 24 de febrero de 2009

EL SERMÓN DEL MONTE - LA LLAVE PARA TRIUNFAR EN LA VIDA (INTERPRETACION) - MATEO (V, 1- 48)

“BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA: PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS”

"Justicia" es otra de las palabras clave de la Biblia que el lector tiene que poseer si quiere pene­trar en el profundo sentido del libro. De igual mane­ra que "tierra" y "manso", "justicia" es un término técnico usado en un sentido definido y especial.
Justicia, en su acepción bíblica, tiene que ver no solamente con rectitud de conducta, sino con el pensamiento recto en cada aspecto de la vida. A medida que nos adentremos en el estudio del Sermón del Monte, encontraremos en cada frase una reiteración de esta gran verdad: las cosas exteriores no son sino la expresión (expresar, presionar hacia fuera), o ma­nifestación gráfica de nuestros pensamientos y creen­cias internas. Encontraremos también que tenemos el dominio o poder de guiar a voluntad el curso de nues­tros pensamientos, por lo cual, indirectamente, somos nosotros quienes hacemos nuestras vidas conforme a la índole de nuestro pensar. Jesús nos repetirá cons­tantemente en estas pláticas que nosotros no podemos ejercer acción directa alguna sobre las cosas exterio­res, porque éstas no son más que las consecuencias o, por decirlo así, las imágenes de lo que ocurre en el Lugar Secreto. Si nos fuera posible cambiar directa­mente lo exterior sin alterar nuestro modo de pensar, ello significaría que podríamos pensar en una cosa y producir otra, lo cual sería contrario a la Ley del Uni­verso. En efecto, es esta noción, errónea, la que cons­tituye precisamente la base falsa de todas las desgra­cias humanas —enfermedades, pecado, contiendas, po­breza, y hasta la misma muerte—.
Sin embargo, la gran Ley del Universo es ni más ni menos ésta: lo que llevamos en nuestra mente es la causa determinante de nuestra experiencia. Tal como es lo de dentro, así es lo de afuera. No pode­mos pensar una cosa y producir otra. Si queremos tener control sobre las circunstancias que nos rodean para hacerlas armoniosas y felices, primero tenemos que convertir en armoniosos y felices nuestros pen­samientos, y entonces lo exterior seguirá el mismo camino. Si deseamos salud, pensemos antes que nada en salud, y, recordémoslo, esto no quiere decir sola­mente pensar en un cuerpo sano, aunque ello es importante, sino que tal estado mental incluye pensa­mientos de paz, de gozo y de buena voluntad para con todos, porque, como veremos más adelante en el Sermón, las emociones negativas son una de las prin­cipales causas de la enfermedad. Si queremos elevar nuestra estatura espiritual y crecer en el conocimien­to de Dios, debemos imprimirles un ritmo espiritual a nuestros pensamientos, y concentrar nuestra aten­ción (que es la vida misma) en Dios más bien que en nuestras limitaciones.
Si queremos prosperar materialmente, hemos de tener pensamientos de prosperidad, y hacer un hábito de este pensar, porque lo que mantiene a la mayoría de la gente en la pobreza es la costumbre de pensar en términos de pobreza. Si queremos vemos rodea­dos de amable compañerismo y tener el afecto de los demás, es preciso que en nuestros pensamientos se reflejen el amor y la buena voluntad. "Todas las cosas trabajan juntas para el bien de aquellos que aman el bien."
Cuando un hombre despierta al conocimiento de estas grandes verdades, naturalmente trata de aplicar­las a la vida. Comprendiendo al fin la importancia vital de la justicia, o de mantener solamente pensa­mientos armoniosos, un hombre razonable empieza en seguida a tratar de poner en orden su casa. Pero encuentra que, aunque la teoría es bastante simple, la práctica es cualquier cosa menos fácil. Ahora bien, ¿por qué ha de ser esto así? La respuesta estriba en la extraordinaria potencia del hábito; y nuestros hábi­tos de pensamiento son a la vez los más sutiles y los más difíciles de romper. Abandonar un hábito físico es comparativamente más fácil, si uno se lo propone con seriedad, porque la acción sobre el plano físico es mucho más lenta y palpable que sobre el plano mental. Cuando se trata de hábitos mentales no pode­mos, por así decirlo, echamos a un lado y mirarlos objetivamente como hacemos al contemplar nuestras acciones. Nuestros pensamientos se deslizan por el campo del conocimiento en una corriente incesante, y con tal rapidez que sólo con una vigilancia activa y constante podemos dirigirlos. Además, el teatro de nuestros actos es el lugar en que nos encontramos. No puedo obrar más que en donde estoy. Puedo, por supuesto, dar órdenes por carta o por teléfono, o puedo tocar un timbre y obtener ciertos resultados a distancia. No obstante, el acto mismo ocurre donde estoy y en el momento actual. En cambio, con el pensamiento puedo recorrer todo el panorama de mi vida, evocar a todas las personas que he conocido, y con igual facilidad puedo sumergirme en el pasado o remontarme hacia el futuro. Vemos, por lo tanto, que la tarea de lograr un equilibrio de pensamiento justo y pleno de armonía, es mucho mayor de lo que a pri­mera vista parece.
Por esta razón, muchos se desalientan y se culpan a sí mismos, al no poder transformar enseguida su ritmo mental y, como dice San Pablo, destruir para siempre al viejo Adán. Esto, por supuesto, es un grave error. La condena de sí mismo, al ser un pen­samiento negativo y por lo tanto injusto, tiende a producir más dolor aún, conservando el viejo círculo vicioso. Si no progresamos tan aprisa como quisiéra­mos, el remedio es redoblar la vigilancia a fin de mantener el pensamiento en un cuidadoso estado de armonía. No nos detengamos en nuestros errores o en la lentitud de nuestro progreso. Clamemos por la Presencia de Dios en nuestra vida, con tanto más ahínco cuanto mayor sea la dificultad que trata de desalentamos. Pidamos Sabiduría, Poder o Prosperi­dad en la oración. Hagámonos un inventario mental y revisemos con cuidado nuestra vida, no sea que en algún rinconcito de nuestra mente aún se escondan pensamientos torcidos. ¿Sigue habiendo aún algún aspecto de nuestra conducta que no es del todo recto? ¿Hay alguien a quien no hemos perdonado todavía? ¿Nos permitimos algún tipo de odio políti­co, religioso, o racial? Si tenemos allí tal sentimien­to, seguro que está disfrazado bajo la capa de una falsa justificación. Si lo descubrimos, arranquémosle el disfraz de ilusión con que se oculta, y deshagámo­nos de él como si fuera una cosa perniciosa porque está envenenando nuestra vida. ¿Se nos ha colado en el corazón cierta dosis de envidia personal o profe­sional? Este sentimiento vicioso es mucho más común de lo que suele admitirse en buena sociedad. Si damos con él, echémoslo, cueste lo que cueste. ¿Estamos abatidos por alguna pena sentimental, algún anhelo inútil o imposible? En tal caso, refle­xionemos. Como almas inmortales e hijos de Dios, poseyendo el dominio espiritual, ninguna cosa buena está fuera de nuestro alcance, aquí y ahora. No mal­gastemos tiempo lamentando el pasado, sino saque­mos del presente y del futuro la realización espléndi­da de los deseos de nuestro corazón ¿Nos agobia el remordimiento por faltas pasadas? Pues tengamos presente que éste, a diferencia del arrepentimiento, no es más que una forma de orgullo espiritual. Go­zarse en él, como hacen algunos, es traicionar al Amor y a la Misericordia de Dios, quien dice: "Con­templad ahora el día de la salvación." "Contemplad como hago cosas nuevas".
En esta Bienaventuranza, Jesús nos aconseja que no nos desanimemos si no obtenemos enseguida la victoria, si nuestro progreso parece lento. Por otra parte, si no hacemos ningún progreso, ello se debe con toda seguridad a que no estamos orando bien, y nos toca a nosotros descubrir la causa examinando nuestra vida y pidiendo de lo Alto sabiduría y direc­ción. En verdad, debemos pedir constantemente a Dios que nos ilumine y nos guíe, y derrame sobre nosotros el poder vivificante del Espíritu Santo, para que la eficacia de nuestra oración —nuestra prosperi­dad— se acreciente de día en día. Pero si vemos al­gún adelanto, si las cosas mejoran aun cuando sea despacio, no hay motivo para que nos sintamos desa­nimados. Tan sólo es necesario que nos esforcemos resueltamente, y que nuestros intentos sean sinceros. Es imposible que un hombre persevere en buscar la verdad y la justicia de todo corazón, sin que sea coronado por el éxito. Dios no es falso y no se burla de sus hijos.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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