Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; cualquiera que matare, será reo de juicio.
Mas yo os digo, que quien se irrita contra su hermano, será reo de juicio; y cualquiera que dijere, a su hermano "raca", será reo ante el Sanedrín y el que dijere "loco" será reo de la gehenna del fuego.
Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti:
Deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve a presentar tu ofrenda.
(Mateo, V 21-24)
La Ley Antigua, al tener que ver con un estado más primitivo y bajo de la conciencia humana, se aplicaba necesariamente a cosas exteriores, porque la evolución aparente del hombre primitivo operaba mientras él se levantaba del mundo de las meras apariencias hacia la vida del pensamiento, de lo exterior hacia lo interior; mientras que todo desarrollo espiritual se expresa al revés, del espíritu hacia el mundo de apariencias, de dentro hacia fuera. Toda la atención del hombre primitivo está concentrada en lo que le llega a través de sus sentidos. Él cree que puede encontrar en su mundo físico la causa y también los efectos. Pero mientras se desarrolla espiritualmente, llega a comprender que las cosas exteriores no son más que el resultado de causas y sucesos interiores. Cuando esto se percibe, ha comenzado la búsqueda de Dios. Así, la Ley Antigua, por lo menos en la letra, se ocupaba casi exclusivamente de cuestiones externas, y quedaba satisfecha si eran cumplidas. Si un hombre no mataba, obedecía la Ley, por grande que fuese su deseo de matar, y por intenso que fuese su odio hacia su enemigo. Con tal que no se apropiase de los bienes de su vecino, el hombre vivía según la Ley, por mucho que desease cometer el robo.
Jesús vino a preparar a la humanidad para dar el paso más importante de todos, a saber, el de ensanchar nuestras fronteras espirituales. El objeto principal del Sermón del Monte, que es la esencia del mensaje cristiano, es mostramos la necesidad de dar este paso; es enseñamos que, para alcanzar la Mayoría de Edad Espiritual no solamente tenemos que conformamos con las reglas exteriores, sino que también hemos de cambiar toda nuestra vida interior. Jesús decía que el deseo de matar, o aun el enfadarse uno con su hermano, es por sí mismo bastante para impedimos la entrada al Reino de los Cielos, y por supuesto que así es. Fue un gran paso en el progreso cuando se pudo persuadir a las gentes bárbaras y primitivas, no solamente de que no matasen a quienes los ofendían o agraviaban, sino que era necesario además adquirir bastante control de sí mismos para dominar su cólera. Ninguna prueba espiritual puede Cumplirse si no se destruye la cólera en el corazón. Es imposible tener alguna experiencia de Dios, o ejercer una influencia espiritual digna de atención, o llevar a cabo la sanación de los enfermos hasta que uno se deshaga del resentimiento y de la condenación del prójimo. Mientras no estemos listos para deshacemos de estos sentimientos malos, el resultado de nuestras oraciones será de muy poco valor. No cabe duda alguna de que cuanto más amor haya en el corazón, tanto más poder tendrán las oraciones; por eso los que se proponen alcanzar éxito en el camino del desarrollo espiritual, tienden a esforzarse constantemente para quitar de su espíritu todos los pensamientos de crítica y condenación. Saben que pueden escoger entre la prueba o la indignación, pero nunca ambas a la vez. Y no malgastan su tiempo tratando de realizar lo imposible.
La indignación, el resentimiento, el deseo de castigar a otros o de verlos castigados, el deseo de decirse a sí mismo "le han pagado con la misma moneda"; el sentimiento de "le está bien empleado", todas estas cosas forman una barrera impenetrable a la acción espiritual. Jesús, sirviéndose de símbolos a la manera oriental, nos dice que si venimos con algún presente al altar y nos acordamos de que nuestro hermano tiene algún resentimiento contra nosotros, debemos depositar allí nuestro presente e ir a reconciliamos antes con nuestro hermano; después de lo cual, el presente será aceptable. Como sabemos, era costumbre llevar al templo ofrendas de diversas clases —desde toros y vacas hasta palomas, y también incienso, o, si convenía, una ofrenda en dinero del mismo valor de estas cosas—. Ahora, según la Nueva Ley o dispensa cristiana, nuestro altar es nuestra propia conciencia y nuestras ofrendas son nuestras oraciones y nuestros ejercicios espirituales. Nuestros "sacrificios" son los pensamientos malos que destruimos en el fuego espiritual. Y es por eso que Jesús nos dice que, cuando vamos a orar, si nos acordamos de que tenemos un sentimiento vengativo contra alguno de nuestros prójimos o contra cierto grupo, debemos detenemos allí, reflexionar y meditar hasta que nos deshagamos de este sentimiento enemigo, y restablezcamos nuestra integridad espiritual.
Jesús desarrolla esta gran lección, otra vez según la manera oriental, por pasos sucesivos —tres en este caso—. Primero dice que el que está enojado con su hermano corre un gran riesgo; seguidamente expresa que el hombre que guarda en sí un sentimiento vengativo contra su prójimo está en peligro grave; y finalmente nos advierte que, si nos permitimos considerar a nuestro hermano un marginal fuera de los límites de conducta aceptable, y decirlo, nos cerramos así la puerta del Reino de los Cielos mientras nos mantengamos en ese estado mental. Y por último nos previene que el llamar a un hombre "loco" en tal sentido equivale a no esperar ningún bien de él, esto es, negar en un ser humano el poder del Cristo viviente. Y muy serias consecuencias se derivarán seguramente de semejante actitud.
El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
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JESUCRISTO es, sin duda, la figura más importante que jamás haya aparecido en la historia de la humanidad. Esto hemos de admitirlo; no importa cómo le consideremos. Ello es verdad así le llamemos Dios u hombre; y, si le consideramos hombre, ya le tengamos por el más grande Profeta y Maestro del mundo, o meramente como un bienintencionado fanático que, después de una efímera y tempestuosa vida pública, sufrió el dolor, la ruina y el fracaso.
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