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COMO PROTEGER TU CASA CON JESUCRISTO

domingo, 22 de febrero de 2009

EL SERMÓN DEL MONTE - CAPITULO VII (INTERPRETACION)

No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos.
Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre, y en nombre tuyo lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?
Yo entonces les diré: Nunca os conocí; apar­taos de mí, obradores de iniquidad.
(Mateo VII, 21-24)

El género humano es lento en reconocer que no hay otro modo de salvación que cambiar la conciencia, lo que significa tratar de hacer la Voluntad de Dios constantemente en cada aspecto de la vida. Todos que­remos hacer Su Voluntad algunas veces y en ciertas cosas; pero mientras que no estemos listos para hacer­la en todas las cosas, grandes o pequeñas. —una dedi­cación total de uno mismo, de hecho— no obtendre­mos más que resultados parciales. Mientras que permi­tamos que una cosa secundaria se interponga entre nosotros y la Causa Primordial, no seremos salvados. "No hay paz alguna para el alma que mantiene la som­bra de una mentira" dijo George Meredith.
He aquí un peligro extraordinariamente sutil. Tan pronto como lo hemos evitado en un lado, nos ataca por otro lado. Exige una vigilancia incesante, un valor casi heroico. Nada es más cierto en la vida del alma que el precio de la libertad es una eterna vigi­lancia. No debemos permitir que ninguna considera­ción, ninguna institución, ninguna organización, nin­gún libro, ningún hombre o ninguna mujer se inter­ponga entre nosotros y nuestra búsqueda de Dios. Si confiamos en otra cosa que nuestra propia compren­sión de la Verdad, nuestros esfuerzos dejarán de dar frutos. Si contamos indebidamente con otra persona, con cierto maestro o médico, por ejemplo, un día vendrá en que, a la hora de nuestra necesidad, él estará lejos, y no será suya la culpa. Cuando más le necesitemos, nos faltará. Este mismo principio se aplica a las personas que se permiten ser dominadas por circunstancias especiales. Una mujer dijo: "Sólo puedo dedicarme a cosas espirituales cuando estoy en la biblioteca de nuestra iglesia; el ambiente en ella es tan hermoso." Poco después, su marido fue mandado por el gobierno a un puesto en el corazón de África donde tuvo que hacer frente a una crisis a miles de millas de cualquier biblioteca, y más de cien millas de cualquier otra mujer blanca. En ese momento tuvo que buscar refugio en sus propios recursos espirituales y, naturalmente, avanzó muchí­simo en la comprensión espiritual.
Es nuestro deber recibir la ayuda que podamos le­yendo libros, escuchando a maestros; pero a menos que confiemos en nuestro propio entendimiento, estaremos solamente diciendo: "¡Señor, Señor!" con los labios, y pretendiendo hacer profecías en Su Nombre mientras "no Le conocemos", lo cual, en la práctica, viene a ser como si Él no nos conociera a nosotros. No se entra de esa manera en el Reino de los Cielos. Repitamos que, para lograr comprender a Dios, tenemos que hacer un trabajo en nuestra propia conciencia, un trabajo genuino, consecuente y difícil.
Muchas personas tardan en salir de una iglesia ortodoxa en cuyas creencias ya no pueden consentir; por razones prácticas o sentimentales, no quisieran romper una tradición de familia. Pero: "El que ama al padre o a la madre más que a mí no es digno de mí. " (mt. 10, 37) Otras personas son bastante valien­tes para salir de una iglesia ortodoxa, pero se vuel­ven hacia alguna nueva organización que les parece corresponder a un concepto más elevado; aquí pare­cen dormirse de nuevo, bajo la ilusión de que al fin han encontrado la Verdad, y no necesitan preocupar­se más. Este error del individuo es exactamente el de todas las iglesias ortodoxas: ellas también, en el ori­gen, querían reformar las herejías. ¿Qué se gana separándose de una organización, si se entrega de nuevo la recién ganada libertad?
En algunos casos se ha desarrollado una devoción personal a algún maestro independiente que ha cau­sado una sumisión completa a su juicio. En otros casos se ha encontrado un libro favorito que se con­sidera infalible.
La única línea de conducta infalible conocida por el hombre es la que Jesús nos ha dado: "Por sus fru­tos los conoceréis."
Se debería sacar provecho gozosamente de la ins­piración recibida de un pastor esclarecido o de un conferenciante instruido. Conviene guardar abierto el espíritu a las fuentes exteriores, escuchar a los que, según nuestro parecer, expresan la sabiduría y nos pueden extender los horizontes mentales, y servimos de libros que nos estimulen el pensamiento; pero no rindamos nunca a otra persona nuestro propio juicio espiritual. Demos las gracias a los que nos han ayu­dado; agradezcamos el bien recibido; pero estemos siempre dispuestos a dar el paso que sigue. No olvi­demos que la Verdad del Ser tiene que ver con el infinito, que es el impersonal Principio de la Vida, y no puede someterse a la explotación ni de una perso­na ni de una organización particular.
No debemos ni un átomo de lealtad a ninguna persona ni a ninguna cosa en el universo, excepto al Cristo que mora en nuestro Lugar Secreto; solamen­te siendo leales a El, podemos conservar nuestra integridad espiritual. Si el mero hecho de asociamos a algún grupo fuese garantía de la comprensión espi­ritual, la cuestión de nuestra salvación sería mucho más sencilla de lo que es. Desafortunadamente el problema resulta mucho más complejo. Sociedades, iglesias, escuelas, conferencias y libros concurren para proporcionamos un lienzo en el cual podamos representar nuestra vida espiritual; pero el trabajo de hecho ha de hacerse en nuestra conciencia íntima. Esperar demasiado de nuestro mundo exterior no es más que superstición. Cuando llegue la hora de la prueba, si nos apoyamos en una iglesia particular, o en nuestra devoción a un director espiritual, o bien en un conocimiento de un libro que sabemos de memoria, la Voz de la Verdad proclamará que nunca nos ha conocido; y tendremos que pasamos sin nues­tra demostración.
La vida del hombre y su personalidad son tan complejas que la Biblia nos presenta cada problema desde varios puntos de vista. Así se destaca de este pasaje del Sermón del Monte otra lección muy importante; a saber, que la única manera de alcanzar cualquier cosa es practicar la Presencia de Dios. Es el único método por el cual se pueden obtener resul­tados permanentes. Se pueden obtener resultados temporales mediante el ejercicio de la voluntad, pero no son sino transitorios y, tarde o temprano, lo que parece ganarse de esa manera se pierde de nuevo, dejándolo todo peor que antes. Una fortuna grande, por ejemplo, puede ser amontonada por la voluntad misma de su dueño, pero algún día los bienes así adquiridos adquieren alas y vuelan, dejando a la víc­tima más pobre que nunca. Si el que amontona los bienes de este mundo no conoce la Verdad del Ser, la Verdad no le conoce a él y entonces no puede ayu­darle. Formulado a la manera oriental, en términos dramáticos, la Biblia nos advierte de este peligro: "Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de ini­quidad."
Cuando una persona ha cometido tal error, el remedio consiste, evidentemente, en dejar de tratar de obrar sin Dios. La falta será perdonada, como lo son todas las faltas, en cuanto la corrijamos, así que nos arrepintamos de ella. Entonces se debe enrique­cer la vida espiritual, afirmando que Dios es la fuente inagotable y siempre accesible de toda abundancia. Así se crea la conciencia de la prosperidad verdade­ra, y, hecho esto, uno no puede nunca empobrecerse.

El Sermón Del Monte - La Llave para Triunfar en la Vida.
Por: Emmet Fox
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31)
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com

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